jueves, 19 de junio de 2008

Iván Petrovitch: El poeta de la avenida Paulista





DESDE EL ORIENTE



IVÁN PETROVITCH: El poeta de la Avenida Paulista
Por RAFAEL PINEDA / Barrigaverde.




SAO PAULO, Brasil.- La avenida Paulista es una de las más famosas y sugestivas de Latinoamérica. Por allí transitan diariamente más de la mitad de once millones de personas, visitantes o nativos de Sao Paulo, una luminosa ciudad multicolor donde los trabajadores, aquellos que hacen posible la fabricación de autos, vehículos pesados y maquinarias industriales, viajan diariamente en autobuses, en trenes subterráneos o en taxis.

Siendo Brasil un país de ciento setenta millones de habitantes, Sao Paulo con su frenética actividad fabril, su diversidad productiva, sus bancos y modernos comercios, es el centro de la economía, la ciudad más importante y de mayor densidad poblacional del cono Sur.

Ser un peatón en la avenida Paulista significa caminar esquivando multitudes que, apresuradas, se dirigen a sus lugares de trabajo. En ese lugar conocí a un poeta a quien admiré desde el primer intercambio, un creador de sueños parecido por su nombre, apellido y fisonomía, a un afamado literato ruso, pero sobre todo, me recordó a Luís Alfredo Torres, un gran poeta dominicano a quien conocí en los años setenta recorriendo la media isla, con sus libros en un maletín de vendedor, apostando al futuro de la poesía.

El nombre de este poeta es Iván Petrovitch, originario de Londrina, Estado del Paraná; Se le puede encontrar todos los días frente al Museo de Arte de Sao Paulo (MASP), donde tuve el honor de verlo ofertando a los transeúntes su más reciente publicación.

En los años noventa decidió abandonar la tranquilidad de su tierra natal para venir a esta ruidosa urbe a darse conocer como poeta. En principio laboró como profesor de inglés e italiano, y después decidió que la poesía era su destino.

Se instaló en la avenida Paulista y ahí está hoy vendiendo su ultimo libro: “Zugzwang, Tiempo de Iván Petrovitch”. Una obra de hermosa presentación con portada en blanco y negro y la fotografía de un lago.

Me contó que el inicio fue duro, sintió inseguridad de inaugurar una rutina productiva diferente, sin saber como le iría, Pero una mañana rompió el hielo y con espíritu emprendedor tomó la ruta más anhelada. Lo arriesgó todo en nombre de la poesía, sacó sus ahorros y publicó su primer libro titulado “Estación Paraíso”, y de profesor se transformó en vendedor callejero. Puso, como decimos, “todos los huevos en una sola canasta”, la de la poesía.

Pensó que su mejor librería para vender la obra era la avenida Paulista, específicamente bajo las dos extraordinarias columnas que sostienen el museo, por donde desfilan millones de obreros, profesionales, comerciantes, industriales, estudiantes, y donde las mujeres más bonitas de la ciudad exhiben las modas internacionales.

En esta avenida se encuentran los bancos principales, grandes negocios, instituciones del Gobierno, el sistema judicial y las rotativas de diarios importantes. No hay mejor lugar para un vendedor de poesía, sobre todo siendo Brasil considerado el país de Latinoamérica que más poetas tiene. Ahí vendió diez mil ejemplares de su primera obra.

Los paulistas se distinguen por ser, además de cultos, personas muy gentiles y le prestan la mayor atención a las ideas de Iván, escuchan sus serenas palabras de poeta peregrino, convertido en profeta, dispuesto a demostrar con su verbo que la poesía es un alimento tan necesario para la conciencia como el agua para el cuerpo.

A Iván Petrovitch lo vi no solo como a un hombre que ha realizado el sueño de ser poeta, conquistando lectores y clientes para difundir sus ideas, sino como a un icono de la avenida Paulista, donde a toda hora del día y de la noche se manifiestan los rasgos más sobresalientes de la cultura urbana brasileña.

1 comentario:

Anna Donner dijo...

Es una linda definición para un poeta “creador de sueños”. De algún modo, el escritor es un puente entre el tiempo, los individuos, las culturas, las sociedades. A través del arte, todo se conecta, y se hace magia. Así, el escritor tiene el don de poder volar. Para luego, poder trasmitir a los demás ese vuelo. El escritor hace magia con las palabras, y logra combinaciones perfectas.